sábado, 27 de marzo de 2010

direm que ha estat fantàstic,


En la sección de poesía nunca hay nadie. A las catorce cuarenta y ocho, cada mediodía, creía que era el verano de mi vida. Siempre llegaba tarde, me arreglaba un poco el pelo puntualmente impuntual, todavía lo siento, siento un poco el duelo, creo que en el fondo no fui tan feliz. Es difícil confirmarlo ahora que ha llovido tanto, y, bueno, claro que me dio impulsos eléctricos, diluvios y hasta me sacó al balcón, pero yo venía de conocer la muerte, la de verdad (no la que invocan los artistas o la que se ve en las películas); necesitaba algo en lo que creer que creía. Así que en cuanto lo tuve, y tener podría ser el verbo más relativo, lo agarré tan fuerte como si algo tuviera arreglo, y creo que sin él saberlo, ni yo, le arrancaba un trozo de carne cada día, para irme recomponiendo. Mi descrédito fue así de irónico. Redondo como el círculo que se cierra al final del día entre amenazas y hospitales. Casi se me olvida que pronto habrá que cambiar la hora, hablar del chocolate, las dunas, tu prosodia. Decir que los colores. Y que es primavera, en breve me pondré a estornudar y se me acabará el chollo, joder, que si refrescos, que si desórdenes, basta de cuatricromía desatada y de esqueletos de ídolos, que yo, que tú, que vamos, qué barbaridad. Que nos miraremos como los niños de preescolar, follaremos entre chuches y plastilina.

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