domingo, 14 de febrero de 2010

Letanía

Quise a Bob Dylan más de lo necesario porque nunca jamás pidió que lo hiciera, porque la primera vez que me miró supe que no íbamos a tenernos, sino a recordarnos. Con ese azul oblicuo, casi pidiendo perdón; vivíamos más en los silencios que en las palabras. Quiero decir que él prefería no hablar a menos que se le ocurriera pronunciar a la ligera una sentencia de genio poeta, y entonces yo me volvía tan pequeña que me callaba, por no llorar.
La chica del lazo rojo ha perdido el tren y las canciones pero sigue silbando, por si acaso. Por si vuelven. Sonriendo, vadeando, pintándose los labios. Como el mártir derrotado, el que espera en éxtasis el advenimiento: la esperanza o la muerte antes que desfallecer. Tenía la cruz clavada en el pecho, los ojos morados, la marca del fuego, y escupía desiertos de una sola voz, paloma en mano, garganta en bandeja. La pretendida voluntad de la agonía, la firmeza, la entereza; un único arrullo en el subsuelo: Sonríe hasta que duela, sonríe hasta sangrar.

martes, 9 de febrero de 2010

a moveable feast

Con los años he inventado las formas menos firmes de perder el tiempo cuando acecha el sueño. Son varias las cosas que podría hacer esta noche si no hubiera relojes, como observar muy fijamente el edificio de enfrente hasta que alguien se asomara por la ventana, y entonces dedicarle una sonrisa, pero de las genuinas. Calcular los litros de jabón necesarios para desatar una tormenta de burbujas, o irme muy lejos para volverme limonada. Exprimirme, descoserme fortuitamente. Colgar un mapa en la habitación y dibujar formas adorables con tizas de colores, rutas de inspiración divina que me obligaría a seguir peregrinamente. Bailar un twist frente al espejo roto y gritar que estamos censurados; sorprenderme por todo lo ordinario. Conservar los lunes en un bote de mermelada, ser el efecto y quizá también la causa. And then I’ll get so fuckin’ angry. De algún modo le diré adiós al salmón de este papel de pared tan ligeramente rugoso, al polvo que se cita en los rincones, a la manta granate que encogimos el primer mes. Supongo que el optimismo es esto, despedirse de Montmartre con los ojos y no hacer ninguna foto porque no pasa nada, nada de nada; volveré a vivir aquí aunque no sea un vivir físico, volveré a marcharme de estas calles como ya hice otras veces y, por supuesto, la ciudad será una fiesta.

miércoles, 3 de febrero de 2010

the killer in me is the killer in you

Decadencia autoimpuesta, más por negligencia que por premeditación: escribir con pintalabios en las servilletas, llevar en el bolso un trozo de pan duro. Nos pasamos la vida repasando el mismo ritual; visitar iglesias, acercarme un poquito más a la verdad, con la arena en los dientes, la canción del domingo. Cada dos meses mirarnos entre dos white russians, sólo porque no hace falta, sólo por evitar quedarse a oscuras y sin nada. Ralentizando la urgencia, desperdiciando las catástrofes. Pronunciar una frase lapidaria, como en ochenta años estaremos muertos, y esperar que alguien recuerde lo que dije cuando aún no era polvo, cuando todavía latía. Como todos, como siempre; a la hora de la verdad qué nos queda sino eso, sino el tópico, sino temer lo eterno.

El camino se está volviendo ruinas y decía, agarrándote decía, no me dejes en la nada, llévame al infierno, llévame al infierno que cada día alarga la encrucijada. Ahora llueve y la princesa debe de llorar; yo tengo los labios rojos, morderé el hielo una vez más. La desesperan los ripios y espera, dice, que no le envíe poesía, que se extingan los inviernos, que no compre tulipanes para ella. Por favor. Los colores que esperaba no olvidar se los llevará el agua, el aire, se los llevará el fuego al infierno; porque sabe, no puede negar, que nuestro número está maldito. Que tenemos la piel cubierta de hojas secas. Se los llevará el fuego al infierno, con los nervios a flor de piel, como si pudiéramos evitarlo, pero no. Y tanto da, porque lo cierto, lo cierto es que yo y mis uñas la ahogaríamos tan sinceramente que no podría ni bostezar, ni implorar, ni decirme que no es verdad. Con la mirada desgarrada, con la corona de espinas...