Como temblar, dientes castañeteando entre los colmillos de la gran ciudad. Apresurarse a romper los esquemas, imaginar que no pasa nada. Que en el puente de Sully puede detenerse el tiempo y el relente en el cristal, las manos mojadas, los ojos rojos; temblar bajo la lluvia, mordiéndose el silencio. Un instante de eternidad, que no haga falta articular palabra que decida cómo encauzar las horas. Es tarde, todo es superfluo y tiemblas.
Como tiritar en pleno enero glacial, pero no de frío; o gritar por gritar. Tantos sitios a donde ir que es casi mejor quedarse quieta, no vaya a ser que el universo implosione. Pero una nota de positivismo entre tanta destrucción: cuando el mundo se acabe, hacerse la dura será más fácil que nunca. Y mientras tanto, toca esperar no desesperar, y exprimir los recuerdos.
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