sábado, 30 de enero de 2010

on m'attend quelque part

Las veces que me he perdido te he esperado, por si acaso.

Por si acaso cae la noche me perderé en las sábanas. Por si acaso se rompen, caminaré hasta que me duelan los nervios. Por si no sé adónde voy, iré a todas partes. Por si París se hunde, volaremos siempre. Por si duele demasiado, nos daremos la mano. Y si las manos se nos escarchan, esperaremos la noche... Otra vez.

domingo, 17 de enero de 2010

the same old fears.

De la place du Tertre sale un rastro de tinta y otro de sangre; yo sigo la lluvia sin paraguas, sin apenas necesidad. Las formas todavía son las mismas, sólo cambian los colores, las parejas de la mano por el Louvre, los visitantes solitarios del Père Lachaise. Desmenuzamos las grandes palabras para que el aire no nos falte demasiado, nos perseguimos acechantes para ayudarnos a escapar. Hace tanto tiempo que me arrastro que no puedo ni voy a hacerlo más; y un terrón atascado en la garganta. Sé que tengo un verso en algún lugar del paladar; sólo quiero poder encontrarlo un día; deshojarte, quizás. De vez en cuando brindaremos para destrozar las pausas, porque la certeza no es lo mío, y a veces pierdo el equilibrio. No es cierto que no estudie colocarme estratégicamente tras un cuadro de Magritte, ni que no oscile; tampoco que no espere nada. Sí espero: espero que nunca no sea demasiado tarde. Espero que podamos dormir tan fuerte que no nos desvele el silencio; que si pedimos la libertad no nos den fronteras.

miércoles, 13 de enero de 2010

Antes

No me creía eterna, sólo quería encontrarme ante ti y desvelar todas mis muertes, desperezarme concreta. Hablamos de la infancia como hablaríamos de cualquier cosa, de la nieve que parece sal deslizándose por las nubes, como la vez que robamos el estruendo de llaves de juguete, las pestañas de la musa. Pero yo todavía pintaba bien, pintaba historias en la arena, me cubría de palabras mucho más que ahora; escribía sobre botones, cascabeles y universos de agua. No soportaba el olor de los Ducados y no conocía todavía ni el fuego ni la guerra; tampoco tus masacres. Así que me quedaba en la cama y leía sobre constelaciones y biología, me imaginaba el sabor de las estrellas. Me perseguía concienzudamente, qué palabra más fea, con las manos ante los ojos y sin saber decir por qué. Resquebrajándome. Cuando volvía la calma te pedía por favor que me explicaras el sonido de los colores, el sentido de las flores, el silencio de las canciones. Y como no lo sabías, no pasaba nada.

lunes, 11 de enero de 2010

and the worms ate into his brain.

Como temblar, dientes castañeteando entre los colmillos de la gran ciudad. Apresurarse a romper los esquemas, imaginar que no pasa nada. Que en el puente de Sully puede detenerse el tiempo y el relente en el cristal, las manos mojadas, los ojos rojos; temblar bajo la lluvia, mordiéndose el silencio. Un instante de eternidad, que no haga falta articular palabra que decida cómo encauzar las horas. Es tarde, todo es superfluo y tiemblas.
Como tiritar en pleno enero glacial, pero no de frío; o gritar por gritar. Tantos sitios a donde ir que es casi mejor quedarse quieta, no vaya a ser que el universo implosione. Pero una nota de positivismo entre tanta destrucción: cuando el mundo se acabe, hacerse la dura será más fácil que nunca. Y mientras tanto, toca esperar no desesperar, y exprimir los recuerdos.