Decadencia autoimpuesta, más por negligencia que por premeditación: escribir con pintalabios en las servilletas, llevar en el bolso un trozo de pan duro. Nos pasamos la vida repasando el mismo ritual; visitar iglesias, acercarme un poquito más a la verdad, con la arena en los dientes, la canción del domingo. Cada dos meses mirarnos entre dos white russians, sólo porque no hace falta, sólo por evitar quedarse a oscuras y sin nada. Ralentizando la urgencia, desperdiciando las catástrofes. Pronunciar una frase lapidaria, como en ochenta años estaremos muertos, y esperar que alguien recuerde lo que dije cuando aún no era polvo, cuando todavía latía. Como todos, como siempre; a la hora de la verdad qué nos queda sino eso, sino el tópico, sino temer lo eterno.
El camino se está volviendo ruinas y decía, agarrándote decía, no me dejes en la nada, llévame al infierno, llévame al infierno que cada día alarga la encrucijada. Ahora llueve y la princesa debe de llorar; yo tengo los labios rojos, morderé el hielo una vez más. La desesperan los ripios y espera, dice, que no le envíe poesía, que se extingan los inviernos, que no compre tulipanes para ella. Por favor. Los colores que esperaba no olvidar se los llevará el agua, el aire, se los llevará el fuego al infierno; porque sabe, no puede negar, que nuestro número está maldito. Que tenemos la piel cubierta de hojas secas. Se los llevará el fuego al infierno, con los nervios a flor de piel, como si pudiéramos evitarlo, pero no. Y tanto da, porque lo cierto, lo cierto es que yo y mis uñas la ahogaríamos tan sinceramente que no podría ni bostezar, ni implorar, ni decirme que no es verdad. Con la mirada desgarrada, con la corona de espinas...
1 comentario:
Uf.
PD: fander
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