miércoles, 17 de junio de 2009

Clic

La clave de la complicidad puede ser, al fin, un simple encabalgamiento de palabras; un encuentro casual en el espacio y el tiempo; un gesto común; un cruce fortuito de miradas. Hay una chispa inconsciente, un instante fugaz que devuelve el pensamiento a un lugar ajeno y al placer nostálgico de encontrarse en otros.

Tan fácil como un resorte que hace clic sin preámbulos; que al activarse se transforma en comunión atávica, en forma de brillo en los ojos o de carcajada. Y a veces, sólo a veces, el hechizo se repite y se fortalece tanto que uno termina por olvidarse de la descarga inicial, se acostumbra a la corriente en un circuito cerrado; la siente día a día, eterna, y poco a poco, va dando por sentado que es así y que así es porque no podría ser de ninguna otra forma.

Pero lo que nadie sabe (o muchos, que para el caso es lo mismo) es que esa chispa, al apagarse, como la ceniza que se desprende de la última colilla, o como tantas otras cosas en la vida, se desvanece y ya está; queda el rastro, quedan las manchas, pero ya está; el brillo se pierde en recovecos y ya no hay más.

Nada
más,
hasta el próximo que encendamos.
Por eso vamos buscando fuegos; por eso siempre llevo mechero.

1 comentario:

A. dijo...

no m'imagino la vida sense aquest foc, sense aquests.. incendis d'uns instants?
i l'electricitat..! brrr..
m'agrada molt llegir-te, tot i q només puc respondre amb insubstància, perquè al costat de sensacions així..!
angie