Imprescindible atravesar el tiempo y el espacio. Los días que no estaba no sabía dónde verme; colgarme del techo y dejarme la piel en las cortinas. Cada noche muerdo las nubes antes de acostarme, cada noche pienso en nada; y después digiero las nubes porque es lo necesario ahora que estoy tan delgada que se me llevaría el viento desde el puente de Bir-Hakeim. Decido que ahora que no me reconozco en los espejos voy a comer mucho y mucho de todo, y queso y chocolate, que a mí lo de desaparecer nunca me ha hecho mucha gracia. Mi ventana no despierta bajo el cielo de París, está empañada, y yo querría darle la vuelta a este día de lluvia esporádica, a este clima impertinente que intercambia sol con paraguas como quien chasquea los dedos.
Pero Vaugirard brilla de forma tan extraña esta noche de cinco de la tarde; hay miradas en los coches y veneno en las miradas: una monja recorre con los dedos las cuentas de un rosario y me observa; yo hace días que he perdido la cuenta de las horas que hace que el reloj no avanza. La ciudad se diría la misma, aunque no lo es, y la lluvia parece borrar cada una de nuestras huellas. Es la primera vez que oigo la voz de la chica de los tacones; no entiendo lo que dice, pero va a desgarrarse el alma. Mátame tres veces y a la tercera diré no, espera y no te vayas, soy tan así que no sé cuándo dejar de huir ni cuándo quedarme, y dejo que mis venas me guíen por los mapas que escribí, cuando escribir estaba en mis venas todavía. En mi cabeza las palabras, los colores, las entrañas, tienden a pensar que aunque mi vida es más que todo esto las ciudades con río me van a matar. Hace tanto frío en el Sena... Y al fin y al cabo hay tantas cosas en el aire: un mar de formas inconcretas, un rasguño, una metáfora, cientos de segundos dormidos (o cien versos que quisiera creer míos) y la certeza de saber que nunca voy a entender nada si no lo entiendo demasiado, porque tengo los sentidos al revés, a Dios gracias.
Pero Vaugirard brilla de forma tan extraña esta noche de cinco de la tarde; hay miradas en los coches y veneno en las miradas: una monja recorre con los dedos las cuentas de un rosario y me observa; yo hace días que he perdido la cuenta de las horas que hace que el reloj no avanza. La ciudad se diría la misma, aunque no lo es, y la lluvia parece borrar cada una de nuestras huellas. Es la primera vez que oigo la voz de la chica de los tacones; no entiendo lo que dice, pero va a desgarrarse el alma. Mátame tres veces y a la tercera diré no, espera y no te vayas, soy tan así que no sé cuándo dejar de huir ni cuándo quedarme, y dejo que mis venas me guíen por los mapas que escribí, cuando escribir estaba en mis venas todavía. En mi cabeza las palabras, los colores, las entrañas, tienden a pensar que aunque mi vida es más que todo esto las ciudades con río me van a matar. Hace tanto frío en el Sena... Y al fin y al cabo hay tantas cosas en el aire: un mar de formas inconcretas, un rasguño, una metáfora, cientos de segundos dormidos (o cien versos que quisiera creer míos) y la certeza de saber que nunca voy a entender nada si no lo entiendo demasiado, porque tengo los sentidos al revés, a Dios gracias.
4 comentarios:
Ja van bé, de tant en tant, els núvols... :)
M'encaaaaanta aquesta cançó! No he pogut parar d'escoltar-la en tota la tarda!
("biess")
Aix... el Sena, Bir-Hakeim, Ramón de Pitis...
¡Grande Maps!
¡Un abrazo!
Tu pa(r)ís son tus amigos...
... y eso si es extraña.
¡Mon dieux!
¡Leclerc esta vivo! XD
Publicar un comentario